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Te doy la bienvenida a la Escuela del Alma

Queridas mariposas:

Corren tiempos convulsos. Ni buenos, ni malos. Ni peores, ni mejores. Simplemente son.

La realidad es neutra, todo depende de la significación que le damos de forma unilateral. Y no sé, decidme si observáis lo mismo o no… pero yo percibo un halo gris que rodea a una parte de la sociedad. Es como una gran aureola de una pena profunda, doliente, que sale de las entrañas para clavarse en el plexo solar. Una pena que controla, que asfixia y paraliza.

A esa pena, tan solo la acunan la esperanza y la entereza que aporta la comprensión (y la confianza ciega) de que todo forma parte de un puzzle perfectamente creado para nuestra evolución. El momento es el que es y, cuanto antes nos adaptemos al presente «real», antes dejaremos de sufrir.

¿Y cuál es el gran enemigo a conquistar? No es otro más que nosotras mismas, querida Mariposas. Somos las únicas responsables de lo que nos acontece. Es a partir de nuestros juicios sobre las experiencias vividas, desde donde creamos nuestra realidad.

Cada día, afrontamos dos tipos de pruebas: las que tienen que ver con las circunstancias que ocurren a nuestro alrededor, y las que tienen que ver con la interpretación que hacemos acerca de ellas. Aquí es donde entra la distorsión de nuestra visión personal, la expectativas, fantasías e ilusiones propias. Es así como nace el sufrimiento: cuando lo que percibimos y lo que en realidad sucede, no concuerda. Entonces nos rallamos, pataleamos y nos victimizamos. ¿Te suena?

Sufrimos, y muchooo ( yo he sido una experta sufridora y aún me quedan flecos por pulir), porque imaginamos, porque construimos un sin fin de expectativas acerca de cómo queremos que sea nuestra vida, nuestra familia, nuestra pareja, nuestras amistades, el trabajo… el mundo en general. El ego decide lo que desea, a su puro antojo, y nos convence de que podemos dominar la realidad para adaptarla a nuestro capricho. Pero no funciona así. Esta es la mayor ignorancia.

Supone un verdadero acto de heroicidad y de humildad reconocer que, quizá, hay otro modo de vislumbrar nuestra realidad externa, de asumir lo que es y de actuar desde un lugar más elevado. Para eso hay que salirse del ruido y adentrarse en las respuestas que aporta el silencio. No hay otra.

Os comparto un ejercicio que suelo hacer cuando algo me confronta y me saca de mi centro. Se trata de tres preguntas que me ayudan a instalarme en una energía menos reactiva y más amorosa. Por si acaso os digo: no siempre lo consigo, aún no me he iluminado, pero cada vez lo hago mejor. De eso se trata, de entrenarse a diario. Sin pausa, sin prisa y sin culpa.

MIS TRES PREGUNTAS DE LA PAZ INTERIOR (así las llamo yo)

1. ¿Qué quiero controlar? Detrás del control hay miedo. Miremos a ver qué es aquello que tememos perder, a soltar o, incluso, a conseguir.

2. ¿Qué es lo que no estoy aceptando? Se trata de confiar en lo que nos trae la vida. Si salimos de la mente pensante que juzga y bajamos al alma, podremos soltar el miedo para ir al amor y accionar, en vez de reaccionar.

3. ¿Qué haría el amor ahora? Es el ego el que nos hace saltar de forma automática y reactiva ante lo que sucede a nuestro alrededor creando en nosotras un malestar. Podemos decidir tener pensamientos de paz que nos lleven a vivir desde un mayor equilibrio y bienestar.

De este modo, si paramos, respiramos y analizamos lo que nos ocurre, pondremos conciencia y consciencia al momento presente, elevando nuestra energía para estar en el Ser, en vez de en el hacer. Y es que, queridas mariposas, es tiempo de amar, y mucho, para salir airosas de la pena.

Gracias por estar ahí.

Seguimos aleteando.

Cris.

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